Por desgracia, a la mayoría de nosotros sólo nos llegan, de aquellas frías tierras, tanto la información como las opiniones que el chauvinismo europeo es capaz de admitir, y que nos transmiten, de Ucrania, la imagen de un bravo país que lucha con denuedo por salir de la influencia rusa. ¡Ya lo creo, que lucha! Hasta tal punto, que ha llegado a protagonizar, en las últimas jornadas, un verdadero y eficaz golpe de estado para derrocar al gobierno legítimo que salió de sus propias urnas meses o años atrás; un golpe que ha gozado de la aprobadora mirada de Occidente. ¡Qué cosas!: la mismisima Civilización, en pleno, dando el visto bueno a golpes de estado…
Y mientras los rebeldes matan a sus compatriotas a base de adoquinazos y explosivos, a la hora de la verdad Europa se limita a coquetear con Ucrania como una frívola esquiva: sonríe, parpadea y se contonea, pero no se deja besar. Para Europa, esa Ucrania que detesta a Rusia es como un pretendiente, útil para satisfacer nuestra vanidad y alimentar nuestro insufrible narcisismo, pero con el que no pensamos casarnos. Quizá por eso preferimos no saber nada de la otra Ucrania: esa inmensa minoría que anhela volver al idioma -el ruso- y a los lazos que le fueron arrebatados por el extremismo que surgió tras independizarse de la URSS.